Entre las tradiciones que explican el origen de este festejo destaca la que cuenta la llegada a Madrid en los albores del siglo XVIII de una carreta de sardinas destinadas a ser alimento de los ciudadanos durante la vigilia de Cuarema. Por el largo del viaje desde la costa, el pescado llegó podrido. Se ordenó enterrarlas en las afueras de la ciudad, que entonces se correspondía con la orilla derecha del Manzanares, junto a la Casa de Campo.
Enterados los madrileños, quienes celebraban los últimos momentos del carnaval, se unieron al cargamento en alocado cortejo fúnebre. Aquello gustó a los capitalinos, que con su habitual sorna, decidieron repetir el entierro, perpetuándose con el paso de los años. A pesar de estar prohibidos los carnavales durante el largo franquismo, el Entierro de la Sardina siguió celebrándose.
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